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CUANDO EL ARTE CASUAL DEJA DE SERLO, por Carmelo Arribas

Alguien descubrió, que en la vida cotidiana se producen unas composiciones de objetos o materiales, que por la mera casualidad producen un placer visual, para que el está dotado de capacidad artística o simplemente para el observador sensible, que descubre en ellos una “emoción estética”.

 A esto, se le denominó “arte casual”.  Julián Hernández capta este arte en la naturaleza y hace suya la frase de que “la naturaleza imita al arte”, elevando  los desconchones de las paredes, o los objetos cotidianos tocados por la decadencia y el deterioro, que produce el paso del tiempo, a una categoría de elementos bellos, dignos de contemplar.

Es la suya una pintura que tiene una doble vertiente; el estudio de colores, equilibrio de las composiciones, y la calidad del dibujo, produce en el espectador esa “emoción estética” que estimula los sentidos y permite afirmar la maestría del autor, en la representación, que no reproducción de ese arte casual, que el transforma en intencionado.

Sin embargo logra engañar a quien lo contempla, pensando que ve en un desconchón una simple reproducción de una realidad. Nada más distinto de lo que, en realidad, está reproducido en el cuadro; el azulejo, el ventanuco, la pared desconchada, es sólo una excusa, un punto de arranque de un trabajo minucioso, en el que los colores nada tienen que ver con el modelo. La tonalidad azul que predomina en su obra hace verosímiles las palabras de Víctor Hugo, “L’Art c’est l’azur”, “el arte es el azul”.

Sus composiciones  como la de esa hornacina “descolocada” en una posición lateral, crean ese sentimiento de descuadre en la armonía, que queda perfectamente compensado por la grieta que equilibra el conjunto. Y es precisamente esta, la otra vertiente de su pintura, lo que no se ve, pero se intuye. Las cornadas dejadas en las maderas del burladero, nos permiten como las huellas al detective, imaginar la bravura del animal. La solitaria  salida de gases en medio de una pared, hace imaginar que la toxicidad de los mismos, como si fuera  la vida misma, creando un paradigma social, aleja de él toda presencia. La decadencia, con el óxido incrustado en sus volutas de hierro, del respiradero de algún sótano, en un art decó popular, nos muestran el abandono al que incluso las cosas más bellas están abocadas.

Julián Hernández Ramírez, nos tiene acostumbrado a una obra sólida y pensada, lejos de ese arte casual, que el recupera, y nuevamente repite, haciéndonos ver, que incluso las cosas más humildes, como unos desconchones  pueden elevarse a la categoría de arte, sólo falta la mano del artista para hacerlo.

 

 

Biografía

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