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La obra habla del fingimiento, de la mentira, de la ambición, de la traición, de la supervivencia del más apto, del más listo… Y del amor, de la concupiscencia del deseo… Y de las reglas del arte, de sus limitaciones, de la imposibilidad de decir la verdad, frente al artificio barroco… En el marco de la España de los Austrias, de la Inquisición, del control ideológico, de la pureza de sangre, de los alumbrados. Una España que huele a letrinas, a excrementos. Una España represora y reprimida, en la que el amor verdadero sólo puede ser platónico y sacrificado. Y subyacente a todo esto: la imagen del Poder, omnipresente (Felipe IV).

No se muestra como personaje, pero determina todo ese mundo. Frente a ellos las débiles figuras de los artistas, buscando la verdad en el arte, en el amor, transigiendo por conveniencia, mintiendo por temor… Tal es la visión que Chema Cardeña nos ofrece del Barroco. Una visión, como es obvio, perfectamente trasladable a otras épocas. Por ejemplo: a nuestro presente.

 

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