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“Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas”
Luis Alberto de Cuenca.

Uno de los principales problemas, que a diario encuentro en mis clases, es el conjunto de percepciones negativas desarrolladas por los alumnos, sobre ellos mismos y su entorno. Este conjunto de elementos, que podemos contemplar a través de su baja autonomía, su escasa seguridad ante los retos presentes y futuros, y su rechazo sistemático para enfrentar las actividades diarias del aula, con celebres frases como, “yo no sirvo para esto”, “yo soy de letras” (o de ciencias), “yo soy tonto” (ésta, que para mí es la más grave, no os podéis imaginar cuantas veces la escucho a lo largo de la semana), “yo no sirvo para estudiar”,…Es un síntoma inequívoco del bajo nivel de autoconcepto desarrollado por nuestros chavales, y un evidente indicador del absoluto fracaso de nuestro sistema educativo.

A pesar de los valiosos datos aportados por las investigaciones en Ciencias de la Educación, sobre la influencia que posee, este conjunto de creencias, conocimientos, sentimientos, autovaloraciones e, imágenes poseídas por el propio sujeto, sobre sí mismo y su entorno; sobre su rendimiento y resultados académicos obtenidos por los discentes, en sus procesos de aprendizaje. A día de hoy, se encuentra excluido, de nuestro currículo educativo, el abordaje y desarrollo del autoconcepto de los distintos miembros de la comunidad educativa, potenciando la cronificación de problemas motivacionales y emocionales, en todos ellos.

Es cierto, que nuestras escuelas, institutos y universidades, no son los únicos ámbitos de influencia y desarrollo de esa capacidad, aunque es igual de cierto que, a causa del gran tiempo que pasamos en ellas, son sin dudas las mejores instituciones para desarrollar programas de crecimiento personal, que puedan corregir aquellos déficits arrastrado desde el ámbito familiar, previniendo además, futuros problemas en ámbitos profesionales.

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Por ello es esencial que desde esta misma noche, dotemos a nuestras programaciones didácticas, los cuatro pilares básicos del autoconcepto, según Clemes, H. y Bean, R. (1):

  • Vinculación: sentir que es miembro importante o necesario de la familia, el grupo de amigos, el colegio, la pandilla, etc, al sentir que los otros miembros se interesan por él. Es preciso, relacionarse con otros y sentir que se es importante para ellos, identificarse con grupos concretos y experimentar que se tiene un pasado y una herencia personales.
  • Singularidad: satisfacción obtenida por el conocimiento y respeto que tiene de todas aquellas cualidades que lo hacen especial y diferente, así como de la aprobación que por dichas cualidades recibe de los demás. Es preciso respetarse a sí mismo, saberse respetado por los demás por ser diferentes, tener la posibilidad de expresarse libremente, saber que pueden hacer cosas que los demás no pueden o no saben.
  • Poder: se desarrolla permitiendo al individuo, disponer de recursos, oportunidades y capacidad para influir y modificar la propia vida. Es preciso experimentar que pueden hacer lo que se proponen y que disponen de los recursos necesarios para ello, sentir que de ellos dependen cosas importantes en sus vidas, aceptar que tienen que asumir responsabilidades y tomar decisiones. Tienen que saber cómo comportarse y autocontrolarse en situaciones dificultosas, necesitan tener oportunidades de utilizar las habilidades que se han aprendido o desarrollado.
  • Pautas o modelos: facilitar el contacto con modelos humanos, filosóficos o prácticos que sirvan al alumno de referencia para establecer la propia escala de valores, los objetivos, ideales y exigencias personales. Implica desarrollar el juicio crítico que les permita discriminar qué hechos, personas o sistemas filosóficos pueden servirles de modelo.

(1) Martínez González, Mª. C.; Quintanal Díaz, J.; Téllez Muñoz, J. A. (2002) La orientación escolar. Fundamentos y desarrollo. Madrid. Dykinson.