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Botica es un establecimiento donde se preparaban los remedios que prescribían los médicos. Boticario es el nombre que recibe el maestro que está en ella. Desde el s. XV, había que obtener un título mediante un examen para poder ejercer la profesión. Este nombre desaparece al principio del s. XIX, en el que se regulan los estudios de farmacia, apareciendo en su lugar el farmacéutico. Este está obligado a responder de la buena calidad de las preparaciones de los medicamentos que elaboraba en su farmacia, incorporando a finales del s. XIX y principios del XX el laboratorio de análisis.

Entre los múltiples útiles que albergaban las boticas del s. XIX podemos destacar las prensas para tapones de corcho.

Los profesionales de las farmacias acogieron con gran satisfacción la invención del corcho, alrededor de 1830, y el posterior desarrollo de las primeras prensas destinadas a los laboratorios y uso farmacéutico.

Estos artilugios, realizados con metales pesados y sólidos, evitaban un arduo esfuerzo al introducir los tapones en las botellas y frascos de cristal utilizados para guardar los tónicos, ungüentos y preparados.

En aquella época el vidrio era el material más usado como contenedor y para mantener la hermeticidad de la solución se usaban tapones de corcho fino, impermeable, flexible y poroso, que había que machacar antes de insertarlos en la boca del frasco.

Las prensas cubren una necesidad del farmacéutico y su presencia, en muchos casos atornilladas en los mostradores de las boticas, se generaliza durante el s. XIX y principios del XX hasta que el corcho se sustituyó por otros materiales más asépticos.

       Con estos aparatos era posible comprimir los tapones, que solían hervirse en agua caliente para reblandecerlos antes de ponerlos dentro y reducir su diámetro para ajustarlos a la boca de los recipientes.

       La prensa que mostramos este mes procede de la farmacia oliventina ubicada en la Avenida de Ramón y Cajal y fue donada por su actual propietaria María Dolores Arrobas. Se trata de una rueda dentada acoplada, de forma no concéntrica, a una cremallera semicircular. La rueda lleva un mango para ejercer la fuerza suficiente para ablandar el tapón de corcho y así poder taladrarlos con mayor facilidad. Una vez colocado en el recipiente, se secaba y se expandía quedando el preparado cerrado herméticamente a salvo del deterioro y los contaminantes.