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El filme recorre la vida de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) a partir de sus cartas, de lugares relevantes para su vida como Sevilla o Madrid y, por supuesto, de sus lienzos. El comisario Xavier Bray -diez años volcado en el proyecto- subraya: "Aunque se lo asocia a las pinturas negras o los grabados de los Caprichos, creo que todo está en los retratos: la historia del artista, su trayectoria, su modo de vida, sus amistades". También resalta el valor de su enfoque "innovador, que rompió las fronteras tradicionales". El primer encargo le llegó tarde, con 37 años. Al principio respetó las formalidades, pero pronto se centró en los personajes y su psicología, como un mordaz cronista de un tiempo y una sociedad: el reinado de Carlos III y Carlos IV, la invasión francesa y la guerra, el despotismo de Fernando VII…

Si elevó el arte del retrato a cotas nunca vistas se debió, incluso más que a su técnica refinada, a la capacidad de observación, capaz de resumir al modelo en una mirada o un gesto sutil. Captaba la personalidad aunque ello implicase que el personaje no saliese favorecido, como Carlos III, vestido de cazador y con un rostro arrugado. "Siempre pisaba un hilo fino entre burlarse de alguien o no, pero nunca tuvo quejas", sigue Bray; "supo jugar sus cartas para rodearse de los poderosos". Monarcas, aristócratas, políticos, intelectuales ilustrados, militares… De la Duquesa de Alba -imagen del cartel de la monografía, un cuadro de la Hispanic Society of America que no había pisado suelo británico- a los Duques de Osuna, uno de los diez préstamos del Museo del Prado. Entre otras instituciones que colaboraron, el Metropolitan neoyorquino, el Banco de España o el Museo Goya de Zaragoza, y también coleccionistas: el empresario Villar Mir posee desde una subasta de 2014 el retrato de Don Valentín Bellvís de Moncada, nunca antes visto en público. Capítulo aparte merecen los herederos: la familia del Conde Fernán Núñez cedió dos retratos (después de que Bray se ganase su confianza, para lo que incluso aprendió a cazar, afición no solo de la nobleza sino también del propio Goya).

Aparte de recordar la convulsa España de finales del XVIII y principios del XIX, conocemos al artista en una decena de autorretratos, desde que llegó a la Corte hasta que, enfermo y casi en delirio, se exilió en Burdeos, rodeado de unos pocos amigos y familiares, como su esposa Josefa, también protagonista de un cuadro, y su nieto Mariano, el último que pintó antes de morir. Fue entonces, sordo, octogenario y aislado en su introspección, cuando anticipó algunas de las innovaciones y rupturas del arte de todo el siglo siguiente.