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“Si juzgas a un pez por su habilidad
de escalar un árbol, vivirá su vida
entera creyendo que es estúpido.”
Albert Einstein

Quizás las palabras que más han marcado la vida social de nuestras comunidades occidentales, han sido dos, Coeficiente Intelectual. Generadas a raíz de la elaboración de las primeras escalas de clasificación de la capacidad mental de las personas, como parte integrante de los instrumentos de medida de la inteligencia, elaborados por los trabajos de Stanford-Binet. Esta clasificación, ha generado la agrupación de los miembros de las distintas comunidades, en personas capacitadas y personas discapacitadas, al sobrevalorar un pequeño conjunto de habilidades cognitivas de la persona, frente a la amplia mayoría de procesos, habilidades y competencias cognitivas, empleadas por la misma persona, para interactuar a diario con los elementos, características y circunstancias de su contexto vital.

Esta peligrosa tendencia de organización social y, sobre todo, de organización de la administración educativa, ha frustrado millones de proyectos y sueños personales y profesionales de un ingente número de personas, privando a toda la comunidad de millones de oportunidades para el crecimiento comunitario. Quizás sea exagerado hablar en estos términos, aunque a la vista de los datos que han ido aportando las investigaciones sobre Inteligencia Emocional e Inteligencias Múltiples, no podemos dejar de pensar otra cosa.

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¿Es un error haber valorado en esta medida a dicha capacidad? Yo considero que no, aunque sin dudas, estoy totalmente en contra del conjunto de habilidades seleccionadas, como representantes exclusivas del desarrollo óptimo de esta capacidad cognitiva. El problema para mí, ha estado en perpetuar desde 1905, la idea de que competencia o habilidad es igual a capacidad o rasgo. Es decir, identificar el nivel de desarrollo de unas escasas habilidades cognitivas, como nivel de desarrollo evolutivo global de las distintas capacidades cognitivas del Ser Humano. Extendiendo la idea de que aquellos que no poseen este pequeño grupo de habilidades, son incapaces de elaborar o desarrollar, productos, conductas e interacciones eficaces y eficientes para su autogestión vital y la resolución de problemas que afronta diariamente.

Una consecuencia directa de la extensión de esta idea, es sin dudas, la baja productividad de nuestros estudiantes, y en muchos casos, de nuestros trabajadores. Todos sabemos el poder que ejerce nuestro autoconcepto y autoestima, sobre nuestras expectativas de éxito o percepción de autovalía. Por ello no podemos pretender, que tras años de valorar a nuestros chavales, en función de la posesión de un limitado número de habilidades cognitivas (razonamiento verbal, razonamiento abstrato/visual, razonamiento cuantitativo y memoria a corto plazo), estos mismos chavales puedan poner en marcha un amplio elenco de competencias y habilidades, distintas a las mencionadas para la participación activa, reflexiva y creativa en sus entornos vitales.