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Durante el mes de noviembre el Museo quiere tratar el luto mostrando una sombrilla negra.

A finales del s. XIX y principios del XX el ser humano afrontaba el tema de la muerte de manera diferente. Hoy la defunción se esconde en hospitales y tanatorios, lejos de la vista y de la casa familiar; pero antes, para la gente en duelo, la demostración pública de su pena era tanto una necesidad como un deber.

Así, en el siglo XIX, el dolor por la pérdida de un ser querido se manifestaba mediante una indumentaria de color negro, sujeta a unas reglas.

El negro no es el color universal del luto, así, por ejemplo, en Corea es el azul y en Oriente el blanco. En Occidente, el difunto vuelve a la tierra, deviene en cenizas y parte hacia la oscuridad, de ahí el color negro, que empezó a usarse para este fin, en 1498, cuando la reina Ana de Bretaña lo adoptó tras la muerte de su esposo, Carlos VIII rey de Francia. Igualmente la reina Victoria, tras la muerte de su amado Alberto en 1861, dio paso a un largo proceso de luto y dolor.

El tiempo dedicado al luto dependía de las zonas geográficas. A principios del siglo XX se esperaba que una mujer llevara luto unos dos años más seis meses de alivio por su marido, otros dos años más seis meses de alivio por un hijo, un año y seis meses de alivio por padres, seis  meses por los abuelos y hermanos. En Olivenza, según texto de Rita Asensio, por  un padre o madre se podía estar hasta cinco años de luto.

Estar de luto significaba poner un paréntesis en la vida social, así como impedir toda actividad que pudiera interpretarse como entretenimiento. En Olivenza, no se pintaban las fachadas, no se barría la puerta de la calle, ni se limpiaban los llamadores de metal, tampoco se tocaba instrumento musical, ni se cantaba, entre otras muchas cosas.

En cuanto a la vestimenta, el período de duelo se dividía en tres etapas: luto riguroso, medio luto y luto aliviado. Durante el luto riguroso era imprescindible vestir completamente de negro, con tejidos sin brillo y usar velo, sobre todo en el primer año. Durante el medio luto los tejidos eran más ricos y los trajes menos severos a los que se podía añadir adornos de muselina de seda negra, guipur o bordados. El luto aliviado implicaba usar ropas normales en colores apagados como gris, blanco, morado, lila, etc.

Para el hombre era más sencillo, solo tenía que anunciar su pérdida mediante una corbata negra, un brazalete o un botón forrado de tela negra colocado en el ojal de la chaqueta.

Los accesorios como sombreros, sombrillas, abanicos, pañuelos de mano, etc., también debían ser de color negro riguroso. Un ejemplo es la sombrilla que exhibimos este mes, toda de color negro, incluidas las varillas que están empavonadas para evitar la nota clara del metal.

En cuanto a las joyas, se podían llevar agujas de sombrero, broches y collares de madera negra. En la era victoriana, el azabache era la piedra más popular de la joyería de luto, así como los broches y pendientes que contenían un mechón de cabello del difunto. Los motivos decorativos en las joyas de luto solían ser temas florales. La rosa, si estaba en forma de capullo, significaba la muerte de un niño, y si estaba abierta significaba la muerte de un adulto.

A mediados del siglo XX, el negro perdió su connotación funeraria, dejó de ser exclusivo de luto para convertirse en sinónimo de elegancia, muy usado en actos sociales de etiqueta.

La sombrilla fue donada por Francisco Borrallo González en 2017.