Táliga

  • La constante lluvia se deposita dulcemente sobre el suelo abrazado por las nudosas raíces de las encinas. Recorriendo las dehesas que circundan el pueblo de Táliga, puede comprobarse como el verde musgo se ha instalado en las fabulosas paredes de piedra que circundan las dehesas, así como en los oscuros troncos mojados de las encinas. Apostado en un elevado “oteadero”, a la espera de un claro de nubes y algún rayo de sol, va pasando la mañana. Por fin para de llover. El tintineo de gotas resbalando por las pinchudas hojas, hasta acariciar el suelo, es constante. Ahora comienza un esplendor de trinos conocidos: el Mirlo, la Totovía, el Trepador azul… VER ARTÍCULO COMPLETO

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