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Representación teatral dentro del marco del 62 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida 2016

SINOPSIS

Jean Racine, al escribir Alexandre le Grand, nos ofrece la oportunidad de encontrarnos con una de las figuras míticas que más atracción ha despertado a lo largo de toda la historia. Alejandro Magno, el rey macedonio que  conquistó todos los reinos entonces conocidos y se acercó al límite del fin del mundo para convertirse en un dios con tan solo 33 años de edad. En este texto teatral, el mito se hace carne y se presenta como un hombre de genio contradictorio y eterno conflicto. Por un lado su ansia imparable de conquista y de guerra y  por otro su deseo de ser un hombre que trae la paz y el respeto a los pueblos conquistados. La acción transcurre en la India, su última gran campaña. Allí, Alejandro tendrá que decidir si seguir o no su instinto natural de hombre de la  guerra. Este personaje, con su alma ambivalente, nos habla del eterno conflicto en la historia de la humanidad; vivir en paz o continuar eternamente en guerra.

Observamos la figura de  Alejandro como si fuera un enigma.  ¿Quién eres Alejandro? Se pregunta el propio personaje la noche antes de la famosa batalla del río Hidaspes.  Esa es la pregunta que  obligatoriamente nos hemos hecho también para abordar esta tragedia histórica ¿Quién fue este hombre que veinticinco siglos después de su muerte nos sigue fascinando? 

Lo que sí parece estar claro  es que Alejandro se parecía demasiado a nosotros, a nuestro conflicto de hombres y mujeres contemporáneos. Ahora,  las fronteras son otras pero nuestro anhelo de traspasarlas, de ir más allá, es idéntico al del rey macedonio. Nuestras historias de amor no distan tanto de aquellas pasiones que ahora se ven como lejanas. Todos, en pequeña o gran medida, buscamos, como Alejandro, un cachito de gloria y el triunfo en nuestras pequeñas conquistas cotidianas. Hoy, como antaño, la batalla por el poder continúa. Los poderosos siguen queriendo conquistar al otro  para proclamarse, finalmente, dueños del mundo. Y para los que no somos poderosos la respuesta a la gran pregunta sigue sin responderse: ¿Vivir cómo esclavos o morir defendiendo nuestra dignidad como seres humanos?