"LA COLINA". CAPÍTULO 2. PRIMERA INSPECCIÓN

  • Hoy era día de descanso para los menores de treinta en el asentamiento del castillo del Conde de las Chimeneas. Ese día, era aprovechado por los jóvenes para descansar en su más puro estilo de vagancia, pasar el tiempo y dar rienda suelta a todo aquello que durante el resto de la semana tenían que dejar pasar. Cada uno empleaba el tiempo en lo que le venía en gana. Unos iban al campo a pasear, otros leían alguno de los escasos libros que existían en el asentamiento, pasándoselos de mano en mano como piedras preciosas, la mayoría se dedicaba a dejarse tirado en el lecho, etc...
    Faronte, desde ayer, estaba deseando que se hiciera de día. Iba a emplear el día de descanso en algo que nunca, hasta ahora, había hecho nadie: investigar la falda oculta de la colina.
    Dicho y hecho, cogió la sábana, la extendió en el suelo, y depositó sobre ella una hogaza de pan, unos trozos de carne de cerdo a medio asar, y una piel de conejo rellena con agua. Su edad, y su curiosidad serían las perfectas compañeras de camino, y no necesitaba nada más que un poco de comida y agua como llevaba. De ésta manera, se sintió seguro de si mismo y se animaba para emprender la experiencia: se tenía aquella mañana por alguien especial al ser capaz de imaginar y hacer algo único que nadie más hizo (o eso creía él, claro).
    Salió de su casucha, y se dirigió por la única calle del asentamiento hasta las afueras del mismo, saludando a los pocos que se encontró esa mañana. Iba feliz, lo tenía todo controlado, y llevaba la; el secreto de su misión le alentaba en su empresa, ya saboreaba las mieles de su regreso, cuando contara a las chicas y a los chicos lo que había descubierto, y de ese modo, podría ser el guía para próximas excursiones al lugar.
    Así pues, Faronte caminó durante tres cuartos de hora en dirección a la colina, y al llegar a su base, decidió rodearla por su vertiente derecha. Media hora más, y estaría al otro lado. Se las prometía felices, se veía fuerte, interesante, enigmático, importante y prepotente... todo ello según él, claro. Es sabido que los jóvenes, a menudo se equivocan en sus apreciaciones y sufren la realidad como un golpe de un boxeador que estalla en la cara... se le viene de la misma manera... sin esperarlo, y desmontando todas sus ilusiones y posibilidades, sus creencias y su mentalidad...
    Ya había logrado dar la vuelta a colina mientras iba entusiasmado en sus pensamientos; un frío le recorrió su espina dorsal... como un gazapo, se refugió tras el grueso tronco de una sequoya, se agachó y miró hacia arriba tímidamente... en el trasluz del sol, y las sombras de otros árboles, se alzaba, ennegrecida, medio derruída por el paso del tiempo, con aspecto de no haber sido reformada ni cuidada en, al menos, medio siglo o incluso más. Era una construcción como un cubo, diríase que una cuadra de forma trapezoide, ni siquiera las paredes eran paralelas, pero lo suficiente como para poderese denominar "un techo". Carecía de chimenea, y Faronte se preguntaba cómo era posible que se calentase en invierno quién o quienes vivieran allí, porque los inviernos eran muy fríos. Tampoco tenía ventanas, al menos en las dos paredes que, en ángulo, podía divisar. Era una construcción, sin duda, hecha por alguien que no tenía ni idea de hacer casas. Lúgubre, oscura, su silueta le hizo volver a sentir ese escalofrío mezcla de dudas y miedos que le inquietó hasta tal punto que sintió la necesidad de apartar la vista de aquello, y sentarse unos minutos a reflexionar.

    El ruido de ayer comenzó a sonar de nuevo, de igual manera, rítmico, tosco, seco, grave, amenazador. Faronte volvió a sentirse inquieto, y por primera vez dudó de si lo que estaba haciendo era lo correcto. El ruido no cesaba, como si fuese automatizado. Él estaba solo en ésta misión que se había autoimpuesto, y tenía la oportunidad e abandonar sin que nadie supiera que se había rajado por cobardía... sin embargo, su orgullo masculino le impedía retroceder sin obtener algún dato más de aquella enigmática falda oculta de la colina. Al fin y al cabo, era el único de los no ancianos que conocía la existencia de esa construcción, y que había un morador. Se preguntaba por qué ese morador no estaba con ellos en el asentamiento, por qué los ancianos no le habían reclutado para trabajar con ellos para el Conde las Chimeneas, y, sobre todo, por qué ese morador no se había venido a mezclarse con sus semejantes. Dudas que, sin darle mucha importancia, realmente le habían asaltado su mente... y eran dudas razonables.

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